viernes, 13 de marzo de 2009

Una cuentista


Foto de Alberto Díaz Korda

Mi abuela tenía una fe inquebrantable en mi capacidad para contar historias, ella me había visto a los tres años inventar cada mañana una fábula para mi abuelo, porque era el peaje que me pedía para ver cómo le daba de comer a los gorriones.
Cada noche yo rezaba a un dios tutelar de los cuentos que me mandara sueños bonitos y así tener algo que relatar a la hora del desayuno en la galería.  Y por la mañana la vida me sonreía : los bosques tenían árboles parlantes que nunca asustaban a las niñas, y los lobos eran animales dóciles cuya dieta básica consistía en regalices y merengues  que llevaban en abundancia, siempre dispuestos a compartirlos con las gentiles criaturitas que lo solicitaran.
Para mi vergüenza no siempre fuí fiel a mi verdadera vocación. La culpa la tuvo una muñeca regordeta de pelo corto y rizado, primera y única que me dejaron los Reyes, que despertó en mí un deseo impuro de convertirme en peluquera. De la cesta de costura hurté unas tijeras, las más pequeñas; y distraje el bolígrafo de hacer crucigramas que se había quedado sobre el periódico abierto, abandonado, a merced de las descuideras. 
Tras lavar la cabeza de aquella gordinflona y pedirle que se sentara en el sillón, me dispuse a cortarle el pelo sin miramientos, porque me pareció percibir una pandilla de desaforados piojos entre los matojillos ralos que se ordenaban circularmente en torno a la coronilla. Tuve que igualarla a conciencia, probando con ello que esta nueva inclinación mía hacia el mundo de la estética iba muy en serio. El resultado final fue la masculinización definitiva, irreversible, de la muñeca. Por eso era necesario utilizar el bolígrafo de los crucigramas. Para rematar la imagen del  nuevo cliente necestitaba unas gafas, como las de mi abuelo, y me dije que no le sentaría nada mal un bigotillo, también como el de mi abuelo, que pasé inmediatamente a pintar. No estaba demasiado contenta con el tono azul del bolígrafo, pero una niña de tres años, y en aquellos tiempos, no disponía de muchos artículos de escritorio.
Entusiasmada como estaba con mi recién estrenada profesión, no me había percatado de que en la casa había mucha gente que podía informar de mis espurias actividades al público entregado que cada mañana escuchaba atentamente mis cuentos. Enseguida fuí llamada a la galería e interrogada sobre mis actividades.
Con gran disgusto devolví las tijeras, el bolígrafó y mostré el cambio de sexo llevado a cabo en la muñeca gorda. No sirvieron de eximente las explicaciones sobre la farra que los piojos se daban en la coronilla de plástico del juguete, ni que las gafas eran del todo imprescindibles o que el bigote hacía juego con ellas.
Me indujeron a prometer que desistiría de mi vocación de peluquera para siempre y que volvería al buen camino de contar mis sueños cada mañana a la hora del desayuno.
Creo que desde entonces fuí reacia a peinarme y más tarde las monjas me pegaron por tener enredos en la nuca..pero eso es otra historia.

6 comentarios:

  1. Premonición de Luz, así te llamas y así te desempeñas. Un gusto leerte.

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  2. Me ha gustado pasearme por tus palabras, muy bien escrito el texto.

    Saludos,
    Juanma

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  3. Juan Jes, Gracias por tu comentario, ojalá lo fuera.

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  4. Juan Manuel, es un honor que digas que está bien escrito, porque tu escribes muy bien, con lo joven que eres.

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  5. Hola Luz

    He disfrutado a plenitud de esta historia que recién comienza.

    un abrazo

    S&P

    PD: o House, según tu intrigante mensaje. Supongo que te refieras a la serie de TV, que nunca he visto pero cuya descripción en la Wikipedia me ha dejado pensando qué quisiste decir.

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  6. Creo que vendías un espíritu alegre intocado, como ese médico "aparentemente cínico", y querías un triunfador; House no lo es, al menos no en su vida personal. Eso sí se las da de malo sin serlo realmente.
    Quizá pienses que cualquiera daría cualquier cosa por triunfar y se pondría cuarto y mitad de maldad encima para lograrlo.
    Yo creo que ésos son malillos de medio pelo...infelices a medias ¿no?
    No eres House, te imagino un poco más al estilo de Benedetti en "la tregua", en su pequeño infierno de aburrimiento, monotonía y tedio, donde, sin embargo, descubre su gran amor...y no sigo contando por si no la has leído.
    ;)

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